La semana pasada enfrenté uno de mis mayores miedos: entrar a una cárcel. Obviamente no fui así nada más con mi cámara como un turista a ver qué pedo.
Fui porque una amiga me abrió la posibilidad de ir a dar sesiones de breathwork y meditación a hombres privados de la libertad en un centro penitenciario.
Y así como Johnny Cash pudo generar un impacto positivo en su época, decidí que esta vez me corresponde a mí hacer mi parte.
Mis expectativas negativas eran tan altas que al llegar ahí no estuvo tan mal. Un guardia me recibió amablemente y tras esperar unos minutos fui recibido por un psicólogo que atiende a los reclusos.
Me acompañó por una serie de pasillos y puertas de seguridad. Me sentí como Dante entrando al infierno en la Divina Comedia, ya que conforme cruzaba cada puerta la energía se iba sintiendo más pesada.
La única imagen que tenía en mi mente era la de las cárceles gringas de las películas, la cual me asfixiaba mentalmente, porque nunca se ven ventanas ni luz natural. Mi sorpresa llegó cuando se abrió la penúltima puerta y entramos a un patio al aire libre.
Desde ahí ya podía ver a los reclusos detrás de los barrotes de otro patio techado y al aire libre. Inmediatamente mi corazón comenzó a latir con una fuerza desbordante.
Mi respuesta de lucha o huída se elevó al cien por ciento. Fue el mismo sentimiento que tuve años atrás antes de entrar al mar abierto a nadar con tiburones; otro miedo muy profundo superado.
Algunos pensamientos intrusivos salieron a la luz. ¿Y si me acuchillan?, ¿o qué tal que me toman como rehén y se arma un desmadre?, ¿o si los guardias se distraen y me quedo aquí encerrado?
Hice contacto visual con todos los guardias para que me reconocieran y no me fueran a confundir con otro recluso. Pues el siguiente paso era cruzar el gran patio techado donde estaban TODOS los presos. Y ya era muy tarde para arrepentirme, así que se abrió un gran candado, y con ello la última puerta. Tras cruzarla entré en un completo estado de alerta.
Irónicamente, era lo más parecido a un típico patio de escuela. Tiene barrotes por todos lados para que no te escapes, hay una tiendita y los hombres están en grupitos reunidos.
ESCUELA vs CÁRCEL
Yo caminé tratando de mantener un perfil bajo, y se me olvidaron todas mis técnicas de relajación, así que simplemente seguí caminando.
Nuevamente, para mi sorpresa, nos subieron a una inmensa terraza al aire libre con pasto artificial, cubierto por un domo. Este lugar estaba lleno de color, con nubes pintadas en el techo, una enorme mariposa monarca en una pared y murales muy coloridos. Era como regresar al kinder.
Inmediatamente la energía cambió. Los trece hombres que decidieron tomar la sesión me recibieron con serenidad y educación, aunque con una mirada de desconfianza combinada con curiosidad.
UN TEAM COACHING COMO CUALQUIER OTRO
Si en ese momento me hubieran borrado la memoria, podría jurar que estaba dando un team building común y corriente en una empresa, si no fuera por los uniformes que los delataban. Pues me encontré con hombres extremadamente tímidos e introvertidos.
Me hablaban de usted en un tono tan bajito que no escuchaba la mitad de lo que me decían. Cada cual tenía una personalidad muy particular, pues me sigo acordando de cada uno de ellos.
Lo primero que hice fue presentarme y decirles que vengo a regalarles herramientas para que se sientan mejor. Dada su situación, cualquier mejora en su estilo de vida iba siendo bien recibida. Les enseñé técnicas de respiración funcional para calmar la ansiedad, o para dormir mejor, o para tener más energía.
Luego armé un círculo de palabra donde cada uno se presentó. Había dos o tres muy participativos, y los demás se fueron abriendo poco a poco. Les pregunté qué habilidades o fortalezas tenía cada uno. Noté que estaban batallando tremendamente por reconocer sus fortalezas, y les prometí que las íbamos a encontrar. Hicimos el trato de que yo no los iba a juzgar ni ellos a mí tampoco.
VIDAS PASADAS
David, uno de ellos, estaba encantado con las dinámicas, me hacía muchas preguntas. Me contaba que era agricultor (en lo que yo llamaría su vida anterior), y que lo que más disfrutaba era la sabiduría de la Naturaleza.
Otro señor de edad más avanzada que los demás, con una mirada muy escéptica, al fin se abrió y nos contó sobre sus habilidades para soldar y para la industria metal-mecánica.
Tres de ellos me contaron que lo que más les gusta es leer. Me imagino que la lectura los libera profundamente.
Otro joven muy musculoso me contaba que el ejercicio lo libera, y su mirada estaba llena de esperanza. De verdad no podía creer que estos hombres fueran delincuentes (menos uno). Este menos uno tenía una maldad en los ojos que asustaba, pero eso solo fue mi percepción y mi juicio. Él me contó que en su vida pasada cocinaba comida japonesa.
Intenté enseñarlos a meditar, pero resultó inútil, porque los compañeros de abajo tenían la música a todo volumen y esto los distrajo tremendamente. Entonces les hablé sobre la importancia de ayudarnos unos a otros, de que juntos podemos lograr muchas cosas buenas. Les enseñé también a liberar emociones atoradas al sacudir el cuerpo, y eso fue de lo que más les funcionó.
Como me expresaron que casi no tienen agua caliente, les conté los beneficios del agua helada. Les expliqué que si te agarran a manguerazos o cubetazos de agua por la fuerza, claro que te hace mal: física y psicológicamente. Pero si en cambio, tú decides ir al agua fría, todo cambia. Al someterte de manera voluntaria y controlada a un poco de estrés hormético te vuelves más fuerte y aumenta tu vitalidad.
También les gustó la idea de que, aunque no pueden cambiar su situación exterior, ellos son amos y señores de su mundo interior. Les recordé ese poder interior para cambiar las cosas de adentro hacia afuera, y les di algunas técnicas.
Tras dos horas de conocernos un poco y practicar estas dinámicas me despedí de ellos. Y quedamos en vernos una vez al mes para medir el progreso en su día a día.
Cuando bajé al patio principal me sentí más seguro. Recordé mis respiraciones funcionales. Vi como unos jugaban cartas y otros simplemente estaban sentados… esperando… esperando… esperando.
Cabe recalcar que no llegué a los círculos del infierno más profundos (las celdas), ya que eso debe ser un escenario desolador.
PARA CERRAR
Cuando llegué a mi casa sentí una calidez y una calma difíciles de describir. Conecté con un profundo agradecimiento y apreciación de todas las cosas simples de la vida diaria que olvidamos. Somos extremadamente afortunados simplemente porque podemos ser libres en todos los sentidos.
Los hombres que visité son creadores de su mundo interior, pero se encuentran profundamente limitados para ejercer esa libertad en el plano físico.
Sé que a veces sientes que tienes las manos atadas a tus circunstancias, o que el camino a seguir es completamente incierto.
Irónicamente estamos abrumados por un exceso de libertad hoy en día. Tenemos tantas opciones a nuestro alcance que nos paralizamos. Hay tantos caminos, que elegimos muchas veces no hacer nada para evitar equivocarnos. Y esa libertad la tiramos a la basura.
Cuando te paralices y entres en freeze, recuerda que no hacer nada es una elección también. Puedes entonces elegir actuar de manera imperfecta, y con cada iteración aprender e ir mejorando de manera continua.
Es imperativo salir de tu prisión interior y explorar todo lo que eres. Observar los barrotes imaginarios que te pusiste por las ideas de alguien más que te creíste.
Por todas las veces que te dijeron que no eres suficiente, o que no eres capaz. Las creencias limitantes son tu cárcel interior, y ahí está tu trabajo como ser humano en expansión. Es hora de expandirte, es hora de abrir los ojos, es hora de reconectar contigo.
Gracias, por compartir esta experiencia. Me lleva a reflexionar sobre las cárceles que construyó en mí mente y no me permiten vivir en libertad y expansión.
Estremecedor! Que maravilla llevar todo esto que sabes y haces, a gente tan necesitada de espiritu y vida interior